domingo, 22 de junio de 2008

El primo Basilio, de Eça de Queirós

Carlos

Después de leer La reliquia no tenía más remedio que zambullirme en esta otra novela —la más famosa de Eça de Queirós— sobre todo después de que Senta dijera que le gustó más que Madame Bovary, de Flaubert.

La novela en cuestión fue escrita por el portugués en 1878, es decir, a últimos del siglo XIX, un tiempo en el que lo que se llevaba era el realismo. Es una novela que nos habla de adulterio, el adulterio de una mujer, un tema escandaloso en su tiempo y que casi se constituyó en género literario durante la segunda mitad de ese siglo, a juzgar por las memorables obras que se fueron sucediendo. Recordemos, por ejemplo, que en 1857 se había publicado Madame Bovary, que colocó el listón muy alto. Dieciocho años después, entre 1875 y 1876 Tolstoi publicó su Ana Karenina. Dos años más tarde aparecía la novela de Eça de Queirós y entre 1884 y 1885 se publicó La Regenta, de Leopoldo Alas, Clarín.

Eça de Queirós había leído Madame Bovary, por supuesto. Y le había impresionado. Se puede decir que él mismo se reconoce como influido por la novela de Flaubert. Y no sólo por él, también hay en El primo Basilio bastante de Eugenia Grandet, de Balzac. Un primo guapo, arrogante, cosmopolita, calavera, llega a perturbar el sosiego burgués de la prima inexperta, y la deslumbra con sus maneras y la enamora con su desenvoltura y su insistencia. Aquel primo buscaba dinero, el primo Basilio busca una aventura sexual, una amante para cuando sus continuos viajes le traigan por Lisboa.

La influencia de Flaubert es mayor, la novela está recorrida por la zozobra de la conquista, los deleites de los encuentros furtivos, la desolación por el abandono del amante, el chantaje, la presión, la desesperación. Y finalmente la muerte de ella (el que la hace la paga). El marido en ambas novelas es un ser abnegado que no parece merecer que lo engañen.

A Senta le gustó más la obra del portugués. Yo sigo encontrando Madame Bovary superior, porque no sólo es un argumento, sino una manera endiabladamente hermosa de escribir. La obra de Flaubert tiene algunas escenas, como la de los comicios campestres, o la escena erótica del coche de caballos, que han pasado a la historia de la literatura.

Pero es un error seguir comparando ambas obras, lo comprendo. Lo enmiendo.

El primo Basilio es una gran obra. Sin duda. Eça de Queirós era un hombre mucho más progresista que Flaubert, toma partido (dentro de su aparente neutralidad) de una manera más clara que el francés, por una renovación de la sociedad portuguesa. Era un burgués que vivió muchos años en el extranjero, en Francia, en Inglaterra. Retrata a la burguesía lisboeta como atrasada, paleta, prisionera de sus contradicciones, de su moral y hasta de sus caducos gustos literarios, anclados en el Romanticismo, cuando eso ya no se lleva ni en el mango de un paraguas. La admiración que siente por la libertad que ha saboreado en el extranjero, en otras sociedades más permisivas y más cosmopolitas, se transmuta, en sus personajes más odiosos en desprecio hacia lo portugués, pero el lector sabe que esa es sólo la lectura más tremebunda, aunque hay sin embargo que admitir que es necesario un cambio, una revolución en las costumbres, tal vez incluso una revolución social.

Los personajes femeninos son deliciosos, complejos, contradictorios. La criada chantajista nos hace odiarla hasta la extenuación, pero, al mismo tiempo, tiene momentos en que se nos muestra más humana, más frágil, intuimos sus necesidades, casi comprendemos que quiera sacar partido de una ocasión que le depara la vida. Doña Felicidad, con sus eternos flatos y su obsesión por cazar al consejero Acacio, es la única que se muestra cristianamente compasiva con la criada muerta, cuando el resto de los burgueses se desentienden de ella. Y Luisa, la protagonista adúltera, es un personaje muy rico en matices, capaz de, en escasos minutos, entusiasmarse con una idea, atemperar su emoción, introducir dudas muy racionales, situarse en las antípodas de lo que creía o quería hace un momento, y regresar suavemente a la ilusión primitiva. En ocasiones tanta mudanza llega incluso a parecer excesiva complicación.

Entre los hombres, la riqueza de caracteres es menor. El personaje más completo sería Sebastián, el amigo del marido de Luisa, un hidalgo, un caballero, un solitario; conservador y al mismo tiempo acreedor de la confianza de la adúltera, tal vez enamorado platónicamente de ella.

El lector español encuentra en algún sentido más próximos a los personajes de El primo Basilio, después de todo hay en toda la historia un común denominador ibérico. Más cercanos los personajes, que los de Madame Bovary, más domésticos, más asequibles, más humanos, más nuestros. La acción se mantiene tensa, si bien en ocasiones se tiene la sensación de que sobran folios. Sobran ojos inyectados, arias de ópera, escenas soñadas y hasta escenas vividas.

Me pregunto si a finales del siglo XIX era realmente inevitable que el personaje de la adúltera muriera. Si, a pesar de su talante progresista, el autor decidió que la mujer debía recibir un escarmiento, por la buena salud mental de la comunidad, o bien si la intención es otra: cargarnos a nosotros con el cadáver, en tanto que habitantes o herederos de una sociedad anticuada y educadamente bárbara. Si la muerte de la heroína nos supiera a poco, el anticlímax con que acaba la novela nos resulta perturbador y nos ayuda a señalar un culpable a tanta desgracia.

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