Deletreando su gramática
por Daniel
Los que integramos la revista
Axolotl habíamos invitado a Gabriel Bellomo a una mesa de lecturas. “Picadas
literarias”. El lugar: Casa Jaché, un bar de la calle Aranguren,
en Buenos Aires. Nuestro invitado iría acompañado por otro autor, Jorge
Consiglio, de quien yo no había leído un solo texto.
Esa noche, Consiglio leyó dos
cuentos breves (Algo pendiente; Mi amigo
el árabe). Cuentos de final violento. Leyó con una entonación sugerente y la
confianza que anhelan muchos escritores a la hora de presentarse en público. Por
esa fecha me habían publicado mi primer (y único) libro de cuentos. Le entregué
uno a Consiglio. No recuerdo haber intercambiado con él más de dos palabras.
Para no quedarse atrás, él me regaló un ejemplar de El otro lado. El libro está dividido en dos partes. La primera
contiene cuentos breves. La segunda, cuentos de largo aliento, más próximos a
la novela. Es aquí, en la segunda parte, donde puede apreciarse la pluma del
autor con todos sus matices.

Pequeñas intenciones no es una gran historia, pero logró atraparme. Me sedujo el manejo del
lenguaje, es decir la forma, no tanto el argumento. La ironía, la burla, el
desdén. Y los diálogos, que a veces tratan sobre el dolor o la soledad,
no están exentos de humor.
Muchas veces surgen momentos
de tensión en la obra de Consiglio, situaciones de violencia que tienen su lado
grotesco, manotazos entre personajes, puteadas oportunas, y si bien estas
escenas podrían remitirnos, por ejemplo, a Roberto Arlt, su prosa no adolece de
énfasis.
El tipo viene de la poesía, y se
nota. Se nota en el buen sentido. No es ampuloso. Es dueño
de una escritura precisa, un tanto morosa, sin suciedad. En todo caso, si existe suciedad, no la encontraremos
en el texto, sino en los personajes, ya sea en las ropas, el alma, la manera de
comportarse. Hay un contraste entre la aparente mansedumbre de estos seres del
desamparo, y cierto brote escandaloso, cierta reacción que se da en ellos
cuando se ven provocados o bajo amenaza. Son humanos.

Las
frases tienen frescura y algún rastro de poesía, sin perder lo coloquial, sin
perder el barro que los personajes llevan pegado a la suela de los zapatos. Hay
imágenes que para un lector que no escribe, y que por ende no espía ni
desmenuza el lenguaje de sus colegas, quizás pasen desapercibidas. (“Sentado a la orilla de semejante noche, trató de inventarse la paciencia”; “Un aroma a tierra lo invita a paladear el aire”; “Entró en el sueño como si se tratara de agua tibia: se hundió sin
resistencia”; “Entre las habilidades de Julia, en ese instante, estaba la de predecir,
la de dar nombre a todo aquello que sucedería después. Sin embargo, prefirió
ser insensible al porvenir, no deletrear su gramática”).
Si no fuese por estos matices,
por estas sutilezas que acabo de referir, su lenguaje, intuyo, sería más bien
seco, lo que no es censurable, desde luego. (También me atrae la prosa seca a
la manera de Coetzee, o de Gabriel Bellomo, por nombrar a un argentino).
Lo que quiero decir es que hay una música en sus palabras, una cadencia muy
evidente que invita a la relectura. No se da siempre, no se da en todos
los autores que admiramos. Jorge Consiglio escribe como a mí me gustaría
escribir.