sábado, 3 de noviembre de 2007

Body Art, de Don Delillo

por Daniel

Rey Robles es un veterano director de cine, casado con una mujer llamada Lauren, mucho más joven que él. La novela comienza con una escena en la que ambos están en una casa grande junto al mar, desayunando. Durante la charla, Rey se muestra irónico y responde con pocas palabras, mientras lee el diario. Lauren comenta que han desaparecido los ruidos que de vez en cuando se sentían en la casa, ruidos como si hubiera algo. Rey le resta importancia al asunto: “Te viene bien tener compañía”, responde. Luego siguen charlando de cosas al parecer intrascendentes, pero DeLillo (Nueva York, 1936) ya ha dejado latiendo una inquietud.

Don DeLillo es un autor que, al menos en esta nouvelle de ciento cuarenta páginas, se detiene en acciones precisas que nos permiten ver la forma de desenvolverse de los personajes, conocer sus gestos, sus maneras de abrir un paquete o de poner el pan en la tostadora, por ejemplo. Y lo hace sin abrumar, sin aburrir, sin demorarse más de lo necesario, deslizándose entre las ideas y las cosas. “Subió las escaleras, y al llegar al rellano sus dedos acariciaron el remate de la pilastra. Era algo que siempre hacía porque no podía evitarlo, quería percibir el grano del roble, las grietas y las hendiduras labradas en la madera”. Otras líneas: “Ella se quitó un pelo que llevaba pegado a los labios y se detuvo junto al mostrador, contemplándolo, un pequeño cabello de tono pálido que ni era suyo ni era de él”.

El final del primer capítulo nos sorprende con un pequeño apéndice escrito en un estilo periodístico, donde se refiere el suicidio de Rey Robles. Su cuerpo es encontrado en un piso de Manhattan.

Lauren decide regresar a la casa alquilada junto al mar, permanecer sola entre el vacío y los recuerdos. Surgen los ruidos nuevamente, y poco después aparece un extraño personaje. “Al principio pensó que se trataba de un niño, con sus cabellos pardos, recién despertado de un sueño”. El intruso —¿real?, ¿imaginario?— tiene un modo raro de hablar, con frases incoherentes. Ellos casi no pueden mantener una conversación. Lauren advierte que el pequeño intruso repite frases que Rey había dicho en el pasado, en esa misma casa.

La novela se enrarece, el narrador va introduciendo frases y metáforas acerca del tiempo. Los momentos previos al suicidio de Rey vuelven sobre un presente de voces y de gestos que son, de algún modo, espejismos. Lauren quiere reconstruir el pasado, recomponer el rompecabezas, pero sólo tiene fragmentos difíciles de unir.

El final no echa luz sobre el conjunto, no hay revelaciones asombrosas. Tiene lo que se llama un final flotante. Queda la posibilidad de interpretar de distintas formas los puntos oscuros de la novela. En algún momento la trama tiende a naufragar, aunque luego el autor parece retomar el rumbo.





Dani

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