sábado, 3 de noviembre de 2007

El lápiz del carpintero, de Manuel Rivas

por Daniel

La novela comienza con una entrevista. Un reportero llamado Sousa entra en la casa del doctor Da Barca, que agoniza pero aún sigue entero y animado, para hacerle un reportaje. El doctor fue un revolucionario; estuvo condenado a muerte en su juventud, allá por el año 36, en España, y salvó su vida en varias oportunidades, de milagro. El doctor Da Barca no es el único personaje de peso en la novela, hay otros que también resultan trascendentes, como el guardia Herbal, el místico Pintor, la hermosa Marisa Mallo. Podríamos decir entonces que es una obra polifónica.
En esta entrevista inicial descubrimos a un hombre enfermo y sabio que conversa con el joven reportero. El diálogo no tiene desperdicios. Sin embargo, me pregunto por la conveniencia de dejar en claro, desde un primer momento, que el doctor ha sobrevivido a persecuciones, torturas y otras adversidades de un pasado ya bastante lejano. Quiero decir con esto que el efecto que causa el hecho de saber que el doctor vivirá hasta el fin de la novela, genera en el lector una atmósfera de sosiego: lo sabemos, de algún modo, invulnerable.

Un par de capítulos más adelante aparece Herbal, sentado a la mesa de un club nocturno cuya propietaria es una mujer robusta (no puede ser de otro modo) que se llama Manila. Herbal es el encargado de cuidar el lugar, de vigilar a los clientes. Herbal ha sido, años atrás, el guardia de la prisión donde estuvo encerrado Da Barca. Herbal ha sido, además, quien mató al Pintor, de un tiro en la cabeza, y se ha quedado con su lápiz. María de Visitacao es una de las chicas que trabajan en el club. A primera hora de la tarde, mientras las otras chicas duermen, ella baja al local y se sienta a la mesa de Herbal. Desde aquí, desde este punto, Herbal comienza a revelar retazos de su pasado. Retazos que mucho tienen que ver con las vidas del doctor, del Pintor y de Marisa Mallo. Desde aquí vamos saltando de un recuerdo a otro, mientras el guardia hace garabatos en una servilleta, con el mismo lápiz que ha venido usando durante años. Herbal es un personaje que, a pesar de las cosas que ha hecho, no mete miedo, no intimida (a los lectores). Herbal es, en el fondo, un cobarde, un tipo que da lástima. Y es así como nos cuenta que el sargento Landesa le ordenó vigilar al doctor Da Barca, seguirlo, y luego escribir un informe sobre sus actividades. Lo cierto es que Herbal lo venía siguiendo desde antes de que le fuera ordenado el trabajo. Y lo seguía porque “era su hombre”. En el fondo, lo admiraba y lo envidiaba a la vez.

Hay una historia muy linda insertada entre las páginas de la novela, un pequeño cuento que parece como metido a la fuerza. Me refiero a la historia de las dos hermanas, Vida y Muerte, y los acordeones varados en la arena. Pero Manuel Rivas, que evidentemente no es ningún novato, vuelve más adelante en la novela a referirse fugazmente a una de estas muchachas, la que se llama Muerte, en un sueño de Herbal. Es ahí cuando comprobamos que el cuentito no queda como un relleno, que aporta su grano de arena en el tapiz impecable de la trama.

A veces no es la voz de Herbal la que nos habla, sino la de un narrador en tercera persona que nos revela un poco más de lo que nos dice Herbal; este narrador es el que complementa los recuerdos de Herbal, para que el lector pueda tener una visión más amplia de las cosas y de los hechos.

El Pintor; mejor dicho, el fantasma del Pintor, suele visitar a su asesino Herbal a la hora melancólica del crepúsculo. Pequeño como un lápiz, se posa en la oreja del guardia con firme suavidad, y desde ahí le susurra al oído. La voz de la conciencia. Hablan como amigos, y el Pintor se refiere a su propia muerte como un hecho ajeno a ambos. Son encuentros muy ricos, muy poéticos. Veamos un fragmento:
“Cuando sentía el lápiz, cuando hablaban de esas cosas, de los colores de la nieve, de la guadaña del pincel en el silencio verde de los prados, del pintor submarino, de la linterna de un ferroviario abriéndose paso en la niebla de la noche o de la fosforescencia de las luciérnagas, el guardia Herbal notaba que le desaparecían los ahogos como por ensalmo, el burbujear de los pulmones como un fuelle empapado, los delirios de sudor frío que seguían a la pesadilla de un tiro en la sien. El guardia Herbal se sentía bien siendo lo que en ese instante era, un hombre olvidado en la garita.”

Pero así como el fantasma del Pintor lo visita a veces, también se le aparece, durante las ausencias del difunto, el Hombre de Hierro, que pugna por ocupar el lugar del otro en la cabeza del guardia. El Hombre de Hierro se le presenta a Herbal a primera hora, en el espejo y en el momento de afeitarse. Es el de los malos consejos, el opuesto del Pintor.

¿Existen estos dos personajes fuera de la cabeza de Herbal? Tiendo a creer que sí. ¿Estamos, entonces, ante una novela con ribetes fantásticos? Lo fantástico es aquello que se mete en la ficción como por una grieta, es lo que irrumpe en una historia haciéndola más compleja, más rica. Pero aquí lo fantástico se presenta de un modo absolutamente natural, como sucede en las historias de realismo mágico.
Hay pocas escenas de tensión en la novela. Y es que, a pesar del drama, se respira un aire de esperanza. No escasean los momentos de felicidad. Hay crímenes que no se ven en vivo y en directo: han sido elididos. No nos duele la muerte del Pintor, por ejemplo, porque desde el comienzo de la novela el Pintor ya es un muerto, es un fantasma. Sentimos, sí, mucha tristeza.

La novela es demasiado pulcra, demasiado pensada. No hay capítulos de los que se pueda prescindir. Esa es la sensación que tengo. El autor nunca se va por las ramas. Manuel Rivas escribe muy bien, al menos eso es lo que pude comprobar con este libro que contiene escenas, diálogos, metáforas y personajes memorables. Porque, ¿cómo olvidar al doctor Da Barca, por ejemplo, tan elocuente y carismático? El guardia Herbal también tiene lo suyo, es un personaje que al principio uno aborrece, hasta que se comprende que es un pobre diablo, un envidioso. No por nada se siente tan solo este hombre.

La novela no nos deja un sabor amargo, quizá porque se esquiva lo más crudo, quizá porque el humor amortigua los golpes. Hay el amor correspondido; hay el hombre que va al hospicio y es confundido con un loco; hay el dolor de un pie que no existe —un pie amputado—; hay el sueño que roza la pesadilla; hay los fantasmas del bien y del mal que acosan al guardia con ideas y consejos. Estos elementos, que podrían ser considerados tópicos, en manos de un escritor como es Rivas, que los inserta con elegancia, dejan de ser tópicos.

La novela funciona, atrapa, está escrita con un estilo fluido. También es cierto que la novela se erige sobre cualquiera de las denominadas best-seller. Sin embargo, me parece que ha sido concebida para un público muy vasto, muy diverso. Creo que el hilo de la historia se desliza sobre la superficie de un tapiz bien entramado, y sólo muy de vez en cuando la punta de este hilo se sumerge un poco. Es entonces cuando roza algunos puntos delicados, puntos de tensión. Los roza pero sin que se llegue a profundizar en ellos, sin que la esperanza flaquee demasiado. La luz jamás deja de titilar al final del túnel.

Daniel

2 comentarios:

Carlos LABARTA dijo...

Maravillosa reseña del libro, enhorabuena!

Anónimo dijo...

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